jueves, 9 de diciembre de 2010

Mitos y Leyendas del Huila

El mohán
Es el viejo chaman curandero y brujo de una tribu indígena que a la llegada de los conquistadores decidió ocultarse en lo profundo del río Magdalena, desde donde vigilaba su pueblo. Este indio de cabello largo y ojos brillantes que deambula con un tabaco entre los dientes vive enamorado de la belleza femenina y se le ve entre lavanderas y campesinas a quienes enamora y embruja.

La madre monte
Se dice que fue una india que contrariando a sus padres se internó en lo profundo de la selva en busca del hombre que amaba y recibió una maldición de su padre, quien la encadeno eternamente al bosque. La madre monte vive en los bosques, se cubre de hojas y tiene una larga cabellera que le cubre el rostro y nunca ha sido visto por ningún ser humano. Lanza gritos desgarradores de fiera herida y en días apacibles imita el trinar de los pájaros y el murmullo de las aguas. Defiende la naturaleza y castiga a quienes la dañan.

La pata sola
Se cuenta que fue una mujer infiel que al ser castigada por su marido perdió un pie y fue desterrada para siempre a vagar sola. Esto la llenó de odio y resentimiento hacia la humanidad. Goza de poder en las noches y vive vagando en los caminos persiguiendo a los hombres trasnochadores a quienes engaña mostrándose como una mujer bella para luego mostrar su verdadera imagen. Se le puede oír en las noches arrastrando el peso de su cuerpo sobre la pierna buena.

La llorona
Cuentan que fue una mujer muy bella que andaba de pueblo en pueblo y enloquecía a los hombres con su encanto. Una vez tuvo un hijo que murió de hambre, ella no lo enterró y siguió vagando con él en sus brazos hasta que también murió. Nadie la ha visto, pero los campesinos escuchan su llanto lleno de tristeza ya que nunca pudo superar la pérdida de su hijo.

La candileja
Se dice que era una india que fue quemada viva con su familia, en la casa en que vivía. Se presenta como una llama que alumbra en la oscuridad, espantando a los animales y llenando de zozobra a los campesinos. Habita en el monte, a orillas de los ríos y donde ha habido quemas o se observan ruinas.

El poira
Este ser mitológico que tiene figura de niño, permanece en el río Magdalena y en las quebradas de agua cristalina que bajan de la montaña, cuidando el gran tesoro de los tunjos de oro, que le dejaron los indios. Juega en las cascadas, saluda al arco iris cuando aparece y es cuidandero fiel de la espuma que se hace sobre el agua.

El sombrerón
Es el fantasma de un hombre que pasó por la vida sin pena ni gloria, amó pero no fue amado y nunca decidió sobre su futuro. Vaga bajo la luna cubierto por una ruana y con un gran sombrero de ala ancha bajo el cual oculta su cara. Caminante errabundo, el sombrerón sortea los caminos sin llegar a ningún lado. Quien lo encuentra teme, pues su figura denota maldad y desengaño.


La Gaitana
El escenario de la gesta guerrera de La Gaitana se ubica en el territorio del Alto Magdalena, al sur del actual departamento del Huila, región en la cual la guerra entre españoles e indígenas iniciada en 1538 se prolongó por más de una centuria. Enviado por Sebastián de Belalcázar, llega al valle del Alto Magdalena al capitán Pedro de Añasco y funda la ciudad de Timaná a fines de 1538. Añasco establece una especial amistad con un indio a quien los españoles llaman Don Rodrigo. El indio, hijo de Pigoanza uno de los grandes caciques de la región, suministraba la información requerida por Añasco para efectuar los repartimientos de indios entre los conquistadores.

La tranquilidad inicial se rompe cuando Añasco intensifica la opresión sobre los nativos y éstos comienzan, en consecuencia, a dar muestra de rebeldía, en lo cual toma parte una india viuda llamada la Gaitana. Ella tenía un hijo, también gran señor que mandaba a mucha gente y que es requerido por Añasco en calidad de vasallo, llamado que dicho cacique no atiende. Ante la desobediencia del hijo de La Gaitana, Añasco decide aplicarle un ejemplar castigo para atemorizar la tierra: captura al rebelde y lo quema vivo en la hoguera, ante los desconsolados ojos de la madre. La Gaitana decide entonces tomar venganza.

Atendiendo la exhortación de la mujer enfurecida se congregan los indios paeces, piramas, guanacas y yalcones en un número de 12.000, bajo el mando de guerra del cacique Pigoanza, cuyo hijo, Don Rodrigo, informa de los preparativos bélicos a Añasco y le aconseja retirarse, cosa que éste no atiende. En la batalla cae preso Añasco y es entregado a La Gaitana, quien entonces ejecuta su venganza: le saca los ojos y debajo de la lengua le amarra una soga de la cual lleva al prisionero de pueblo en pueblo, celebrando con todos los indios la victoria; ya desfalleciendo el español, le cortan uno a uno los miembros y las partes pudendas. Muerto Añasco y sus hombres, sus carnes son devoradas por los indígenas, en medio de una gran fiesta y borrachera.


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